martes, 28 de julio de 2015

Diario de in/docencia 1

Días previos al inicio de clases, entre vacaciones, cambio de domicilio y visitas familiares. Sin internet.

25 de julio

Siempre que se hace una planeación docente se empieza por tener la certeza de saber lo que se va a decir, leer, hacer, etcétera, como si uno fuera un guía de turistas en las ruinas de Teotihuacán, prescribiendo una ruta que siendo la misma, la de siempre, parece, sin embargo, asombrosa a ojos de unos holandeses rojos como tomates por el sol descarnado del altiplano mexicano. Nadie piensa en cómo se la está pasando el guía de turistas recorriendo de nuevo el mismo camino con el discurso de siempre. Puede que se sienta como un mago harto de sus propios trucos, hastiado de la misma respuesta de sorpresa de su público, o en un deja vu que que se repite una y otra vez, o como un niño sentado en la sala de un hospital, aburrido. 

La certeza “es una vieja solterona cortejada por la impotencia”, le plantaba el poeta William Blake a la sociedad inglesa de principios del siglo XIX; cuando lo leí por primera vez imaginé una señora rete aburrida con el mentón sobre la mesa, observando con desgana los intentos por llamar su atención de un payaso muy muy malo para su oficio (ahora que vuelvo a ver la imagen creo que el payaso está aún más aburrido, pensando en que termine el horario de trabajo para ir por una cerveza). 

[La certeza es una cosa muy necesaria para el día a día, por ejemplo, cuando abro la llave de la regadera tengo la certeza de que el agua saldrá por los pequeños orificios hacia abajo, en cascada, y no hacia arriba o en forma de espiral. Esa es la certeza vital. La certeza de la que se habla aquí se puede confundir con la anterior en cuanto “siempre que se hace una planeación docente” es como si se abriera la llave de la regadera, pero no es así]


En realidad Blake no usó la palabra certeza, sino prudencia (prudence), una de las cuatro virtudes cardinales para el catolicismo, la virtud por la cual se decide correctamente entre el bien y el mal, o se toman decisiones bajo la guía de la razón. Blake ridiculiza a la moral de su época, personificándola como una vieja solterona. Y yo cambio prudencia por certeza sin darme cuenta primero, y luego que reviso el texto original me gusta el error, porque esa certeza con la que debería comenzar a hacer el programa del curso se me antoja como la señora aburridísima que imagino con el proverbio de Blake.